Al fallecer Mons. Orberá el 23 de Noviembre de 1886, ocupó su sede vacante D. Santos Zárate y Martínez, quien no sólo aprobó cuanto su antecesor había hecho por las Siervas, sino que emprendió la construcción de un amplio local destinado a dos fines: de día serviría para la “instrucción de las niñas”, y de noche para la “catequesis de jóvenes”, impartida por maestros que gratificaba el Prelado.
HOSPITAL DE VARIOLOSOS
El día 16 de Febrero de 1928, el Sr. Alcalde de Almería, acompañado del Teniente Alcalde, Sr. Abellán y del Inspector de Sanidad, solicitó a la M. Justa Iriarte, algunas Hermanas para la asistencia de enfermos en un “ Hospital de variolosos” que iba a ser instalado provisionalmente, en un local perteneciente al Municipio del Parque de Desinfección.
Conseguida la aprobación y terminados los preparativos indispensables, comenzaron su labor humanitaria el día 24 del mismo mes. Ingresaron en el Centro 139 enfermos, en su mayoría niños.
Pasados unos días, el Sr. Alcalde se entrevistó con la Madre Justa, manifestándole lo complacido que se sentía por la asistencia tan esmerada que las Hermanas prestaban a los enfermos. Tanto estos, como el Personal Sanitario, elogiaban la abnegación y entrega con que las Siervas ejercían su misión.
Mucho trabajaron y sufrieron durante los tres meses que duró la terrible epidemia, pero todas lo hacían movidas de un celo incansable por la gloria de Dios y el bien de los enfermos. El día 12 de Mayo abandonaron las Hermanas el Hospital y regresaron a la comunidad con la alegría y paz del deber cumplido.
Terminada la epidemia el Ayuntamiento envió una “declaración agradecida” a la Comunidad, con fecha 27 de Setiembre de 1928.
Por su parte, la Asamblea Suprema de la Cruz Roja de Madrid, en atención a la actividad que la Hermanas desarrollaron asistiendo a los contagiados con tanto desinterés, les envió cinco diplomas, otorgándoles la “Medalla de Plata de la Cruz Roja” a: Sor Pilar Yangua, Sor Lutgarda Teruel, Sor Leocadi Olaverría, Sor Adelina Torrentey Sor Elisea Eusa.
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
El día 20 de Marzo de 1936, a las dos de la tarde avisaron a las Hermanas de esta Comunidad de Almería, que una Comisión de Rojos, visitó al Sr. Alcalde, presentándole una denuncia, en la que se decía que las Siervas de María tenían ocultos en el Convento muchos armamentos, ametralladoras y gran cantidad de municiones; y que el Alcalde lo había puesto en conocimiento del Gobernador. La Madre Superiora comunicó la noticia al Comandante de la Guardia Civil, el cual la tranquilizó, diciéndole que la noticia era falsa. La misma comunicación le hizo al Sr. Obispo.
Pocos minutos antes de la cinco, las Hermanas vieron con sorpresa que en la plaza donde estaba situada nuestra casa, había grupos de hombres y mujeres; inmediatamente avisaron a la Guardia Civil. A los pocos minutos se presentaba una sección de Guardias de Asalto, que llevaban orden del Gobernador de impedir por todos los medios posibles, cualquier atropello, tanto al Convento, como a sus moradoras.
La plaza y las tapias que rodeaban la huerta, ofrecían un cuadro imponente. La Guardia de Asalto rodeó todo el edificio y alejó de la puerta y ventanas a las turbas; pero el alboroto era grande, porque los agitadores querían entrar a hacer el registro.
Siendo cerca de las seis, la Madre dijo a la Comunidad que se retirasen a la Iglesia para hacer la oración. Obedecieron al instante, permaneciendo allí todo el tiempo que duró el registro, excepto la Hermana portera y las que acompañaban a la Madre.
El Registro duró cinco horas- El Gobernador dio permiso a la Comisión que presentó la denuncia, para que efectuara el registro, a fin de que ellos mismos se convencieran de la verdad y evitar peores consecuencias; pero sólo permitió que entrara la Comisión acompañada de la Policía Secreta, Guardias de Asalto y de Seguridad.
Ante la Madre, en una sala de visitas, leyeron la denuncia y acto seguido procedieron al Registro, que no pudo ser más minucioso, pues no dejaron de mover los más insignificantes enseres de cada una de las habitaciones: muebles, alfombras, cuadros, ropas; todo lo quitaban de su lugar. En la Capilla registraron los altares, las hornacinas de las imágenes y hasta los Sagrarios de los altares laterales. Sólo respetaron el Tabernáculo donde estaba el Santísimo. Sólo un registro tan minucioso debió tranquilizarles.
El silencio que reinaba dentro de la Casa, contrastaba con el alboroto de las turbas en la plaza, que a todo trance querían entrar en el Convento. Pidieron al Sr. Alcalde que permitiera entrasen otros tres sujetos más, ya que desconfiaban hasta de su propia Comisión. Con esta concesión se calmaron un poco, pero enseguida surgía el alboroto. Providencialmente comenzó a llover a torrentes, quedando la plaza limpia por unos minutos.
Cuando la Comisión y sus acompañantes entraron en la Capilla para registrarla se admiraron de la tranquilidad con que la Comunidad proseguía su rezo de maitines, como si nada fuera con ellas.
Después de las diez de la noche se terminó el registro. Levantaron Acta, en la que se declaraba no haber encontrado nada de cuanto en la denuncia se decía. Una vez todos conformes, la firmaron, incluso la Madre Superiora y dos hermanas testigos.
Cuando salieron del Convento los del Registro, el Jefe que era uno de los presos amnistiados, habló al Pueblo acerca del resultado; les dijo que se había hecho un registro a conciencia, y que en el Convento no había nada de lo que habían denunciado, por lo que les rogaba se retirasen y que ninguno intentara hacer nada contra el Convento. No obstante el Sr. Gobernador ordenó que aquella noche los Guardias custodiaran la Casa.
Durante el registro y después, muchísimas personas se interesaron con verdadero cariño de la Comunidad, ofreciendo sus casas y apoyo. Así mismo el Sr. Obispo y todas las Ordenes Religiosas, tomaron parte en su aflicción. Al día siguiente, un Diario Católico hacía relación del caso, con cuyo motivo se presentaron en el Convento todas las Clases Sociales lamentando el atropello.
La Madre Superiora dio las gracias al Sr. Gobernador, que debido a sus órdenes el registro se llevó a cabo con mucha paz, ofreciéndose él a su vez para todo lo que necesitaran.
Algunos días más tarde, la Madre visitaba a Sr. Obispo, dándole cuenta de lo sucedido. Su Ilustrísima escuchaba el relato con verdadero interés y terminó diciendo: que aparte de lo mucho que sentía el mal rato que les hicieron pasar con el registro, se alegraba porque sabía muy bien el resultado del mismo, y además, que Almería entera había que dado edificada de la pobreza que encontraron en el Convento y del comportamiento de la Comunidad, pues, “parece que Dios Ntro. Señor las tiene por pararrayos en Almería”, y por tanto les dio la enhorabuena. Este santo Prelado fue más tarde víctima de la Revolución.
Algunos meses de tregua
Breve fue el tiempo que gozaron de tranquilidad, pues como la situación de España era cada día más inquietante, y todo hacía presagiar una guerra civil, era necesario tomar algunas medidas de previsión. Oportunamente, y antes de que estallara la Revolución, la M. General, escribió a la Superiora que alquilaran un piso, y lo amueblaran para trasladarse a él en caso de peligro. Así lo hicieron y prepararon trajes de seglar para toda la Comunidad; sacaron de la casa varios ornamentos y objetos de culto.
Se ausenta la Superiora
Por haber dispuesto que la Superiora de Almería, M. Providencia Tellechea, pasase con el mismo cargo a la fundación de la casa de Lisboa, salió el día 7 de Julio de 1936, con destino a su nueva residencia. Quedó al frente de la Comunidad, compuesta por 18 Hermanas, la que ejercía el cargo de Asistente, Sor Elisea Eusa.
En el contenido de esta narración podremos apreciar algo, de lo mucho que tuvo que sufrir esta religiosa, para hacer frente a tantos problemas y dificultades que se le presentaban continuamente. Una de sus mayores penas – pues los Rojos les despojaron del piso – era el no poder encontrar albergue para las Hermanas, ya que las personas conocidas a pesar de ser muy buenas cristianas se negaban a recibirlas, por la persecución que había contra las Religiosas. El mayor tiempo que les permitían estar con ellos era dos o tres días, y así fue un continuo correr casas, rogando y suplicando este favor.
El 18 de Julio aconteció el levantamiento militar. Informadas las Hermanas, acentuaron su recurso a Dios en demanda de protección y al día siguiente trataron de enterarse bien de la situación, encontrando a las personas con quienes hablaron, más bien optimistas, pues creían que nada había de ocurrir en la Ciudad.
Así hubiera sido sin duda, si la Guarnición se hubiera sostenido a favor del Levantamiento, pero no fue así sino que las tropas se rindieron el día 21 de Julio, y la ciudad quedó a favor se los Rojos.
Empieza la tragedia
El día 21 corrían rumores de incendios de Iglesias y Conventos, pero a nuestras Hermanas les dijeron que había completa tranquilidad. El mismo día por la tarde, estando la Comunidad rezando llamaron a la puerta y antes de abrirla vieron que el zaguán estaba lleno de hombres
¿Qué quieren Uds.?- preguntaron ellas.
Entrar en el Convento, abran enseguida.
Y empezaron a forcejear de tal modo que la puerta se venía abajo, pero varias Hermanas la sostuvieron por dentro, a fin de dar tiempo a que la Asistente, pidiera amparo por teléfono a las autoridades.
En efecto habló a la Guardia Civil, a los de Asalto, a la Dirección de Seguridad, pero ninguno respondía. Nadie podía defenderlas ni hacer nada por ellas.
Cerca de treinta minutos duró la lucha, las Hermanas sosteniendo la puerta y ellos queriendo derribarla.
Por fin el abogado de las Hermanas pudo hablar con el Gobernador, y este dispuso que algunos sujetos de ideas análogas a los salteadores, se quedaran cerca del Convento para custodiarlo. A los 15 minutos ya estaban allí varios hombres bien armados, que dispararon un tiro y desapareció la gente que estaba en la Plaza.
La situación de las Hermanas era difícil, porque salir de la casa sin autoridad que las protegiese sería temerario, y permanecer en ella aquella noche no era prudente. Pidieron consejo al Prelado y habiéndole contestado éste que las dejaba en plena libertad, resolvieron quedarse en el Convento.
Incendian la casa
La Hermana Asistente escribió lo ocurrido y nos lo cuenta así:
“Pasó el día 20, pero las luchas del 21 fueron mayores. A la hora de costumbre llegó el P. Capellán y se celebró el Santo Sacrificio sin ningún incidente. Horas después sintiose un gran tiroteo en el centro de la Ciudad y por precaución cerramos la puerta de la calle.
Algunas Hermanas por entre las celosías, observaban lo que pasaba fuera, y vieron que unos hombres se acercaban a nuestra casa con algo en la mano. Creyeron que era un revólver, mas al oírles decir que no sabían cómo se colocaba aquello sospecharon que debía de ser una bomba. Y efectivamente, estaban las Hermanas refiriendo lo que habían visto y oído, cuando hizo explosión.
Llamé por teléfono al Gobierno Civil, Guardia, y obtuve la respuesta de: “No podemos hacer nada”.
Poco después, estando hablando con el Familiar del Sr. Obispo, estalló una segunda bomba, que habían colocado en la ventana de la enfermería, destruyéndola por completo.
A Pesar de que, sin ninguna dificultad, podían entrar en la Casa por la Enfermería, que quedó en ruinas, llamaron los incendiarios a la puerta de la calle. Abrí un poco la ventana y pregunté:
¿Quién es?
¡El pueblo!... Abran enseguida...
No tenemos inconveniente en abrir al pueblo, siempre que venga con la debida autorización.
La autoridad es el Pueblo, replicaron.
En aquellos momentos les dije a las Hermanas, que angustiadas me miraban: “Pueden Uds. pasar, las que quieran por la huerta, a la casa del hortelano”.
Salí acompañada de una Hermana, a la puerta y en medio del escalón que da a la calle encontré a un individuo y le pregunté:
¿Qué es lo que UD. Quiere?
No hacerles daño, Hermana... Dentro de diez minutos, vamos a dar fuego al Convento, salgan todas, pero sin llevar nada.
No había terminado éste de hablar, cuando llega otro y dice:
¿Dentro de diez minutos?... No, dentro de cinco.
Se aproxima algo más y mirando a la Hermana que me acompañaba, dice con ironía:
¡Esta ya no entra!...
Con una tranquilidad inexplicable le contesté:
Hombre, vamos a ser razonables.
Llega un tercero, y más osado que los dos anteriores, me acerca el fusil al pecho, diciendo:
¡Esta ya no entra en el Convento!
Dirigiéndome al primero, le dije:
Yo le doy palabra, que antes de cinco minutos, estamos fuera, pero permítame UD. que avise a las Hermanas, porque si yo no entro, no pueden salir.
Entre UD.
Los otros dos se quedaron protestando. A las Hermanas, que no habían salido por la huerta, les dije que se vinieran conmigo, pues iban a quemar la casa. A la sacristana le encargué que tomara la cajita, donde se guardaban las formas consagradas; así lo hizo.
Me dirigí a la puerta, seguida de un grupo de Hermanas. Allí nos esperaban los tres individuos ya citados. La plaza estaba rodeada de hombres armados y de mucha gente.
Hablé con el primero que estaba en la entrada, que parecía el jefe, le dije:
Yo creo que es UD. un hombre que ha cumplir su palabra, y que a nosotras no nos va a pasar nada; acompáñenos a la casa que UD. quiera.
Yo no me puedo desviar de aquí.
Entonces... ¿le parece bien que vayamos a la casa del hortelano?
Vamos.
Emprendimos la marcha. Yo iba delante con el jefe, y seguían las Hermanas. Nos acompañaban dos filas de hombres con sus fusiles.
Teníamos que atravesar un callejón, donde estaba la puerta de entrada a la casita del hortelano. En el camino aquel hombre que iba a mi lado me dijo: “créame Hermana que cuando yo he puesto las dos bombas en el Convento, estaba temblando, pensando que alguna de Uds. moriría; pero han matado a un obrero...¡Y no hay más remedio que hacer estas cosas!.
Al llegar nos encontramos que la puerta del hortelano estaba cerrada con llave, porque el buen hombre había huido.
En vista de esto, propuse a nuestro acompañante que nos dejara pasar por la huerta, a lo que accedió.
Cuando las gentes que estaban en la Plaza nos vieron volver, gritaban furiosos:
¡Son demasiadas contemplaciones las que tenéis con esas...lo que están haciendo es dar tiempo para que vengan los Guardias de Asalto!.
Al entrar en casa, algunas Hermanas suplicaron a aquellos hombres nos dejaran tomar algo de ropa y comestibles, pero no lo consintieron.
Llegamos a la puerta, que separa nuestra huerta de la vivienda a donde nos dirigíamos, y pudimos abrirla y entrar en ella.
Ya estábamos las dieciocho Hermanas reunidas, todas vestidas con el Santo Hábito, pues en las angustias y sobresaltos que pasamos, a ninguna se le ocurrió la noche antes, ponerse el traje de seglar, a pesar de que en las celdas teníamos todo preparado.
Al poco rato oímos la gran algazara y gritería que armaron los revolucionarios, y vimos la humareda y llamas de fuego que salían de nuestra Iglesia. Rezamos con mucho fervor el Trisagio, pidiendo amparo al Señor.
Velando al Santísimo
La casita del jardinero se convirtió en Oratorio. Preparamos un altar y colocamos en él la caja donde estaba el Señor Sacramentado. En uno de los momentos que en la plaza no había gente, pudimos sacar de entre los escombros de la Enfermería el mantel del Altar y un Crucifijo. Allí pasamos la noche. Oímos varias detonaciones, y nos hizo la sensación de que estallaban bombas en nuestro Convento. Todas estábamos en un silencio sepulcral, solamente hablaban los corazones con el Amante Prisionero, que por un exceso de su amor para con nosotras no nos dejó solas en tanta aflicción.
A media noche, empezaron a ladrar los perros de nuestra huerta, tan furiosamente que parecía se volvían locos de desesperación. Al mismo tiempo sentimos los pasos de los hombres, que sin duda nos buscaban por la huerta. Nosotras no desplegamos los labios, y aún algunas contenían la respiración para no ser oídas.
Di la Comunión a las Hermanas y confortadas con el Pan de los fuertes, decidimos huir por la huerta al campo, pasando por un terreno destinado a juego.
Huyeron por los montes
Dimos comienzo a la meditación práctica de la “huida a Egipto” y la Sagrada Familia no nos abandonó.
Al llegar a la puerta de la huerta no la podíamos abrir, pero providencialmente llegó en aquellos momentos el hortelano y nos la abrió. Tan pronto como abandonamos la casa llegaron los revolucionarios a buscarnos...
En el grupo de las Hermanas iba la M. Eusebia Segura, anciana de 82 años; otra Sierva que hacía tres días que se había levantado de una grave enfermedad y la mayor parte, ya entradas en años.
Pasamos el terreno de juego y el encargado de aquel campo nos facilitó la salida a la “Rambla de Almería.” ¡ Tantas Hermanas ancianas y sin saber a dónde ir!. El pueblo era la autoridad y estaban ardiendo varias Iglesias y el Convento de las Clarisas. No había más solución que refugiarse en algún Cortijo del campo.
Empezamos a andar en dirección a un cortijo que estaba cerca, y las Hermanas llegaron pronto; pero como la M. Eusebia no podía apenas andar, la llevamos del brazo entre otra y yo.
Llegamos al cortijo, dónde nos recibieron muy bien, y estábamos sentadas conversando, cuando llega un hombre y nos dice: “Hermanas aquí no están bien; un grupo de revoltosos les siguen la pista y las van a alcanzar enseguida”. Le pregunté si nos podía vender leche y Huevos, y me dijo que no tenían nada.
Uno de los hijos del dueño de la finca y otro joven, también huían sin saber a dónde. El Señor vino en nuestra ayuda, pues aquellos jóvenes llevaban una cestita con algunas provisiones y nos dieron tres huevos para las ancianas. Con este refrigerio tomaron fuerzas para subir el cerro buscando otro cobijo. Lo hicieron meditando la subida de Nuestro Señor al Calvario.
Buscando un cortijo
Tres Hermanas – dice – nos adelantamos y llegamos a lo alto de un cerro. Las demás subían más despacio. Nos encontramos con dos hombres, que contemplaban desde allí las llamas que subían de las Iglesias y Conventos que estaban ardiendo.
Con un poco de miedo de que fueran comunistas, los saludamos y ellos preguntaron:
¿Vienen Uds. huyendo, Hermanas?... No se apuren, vamos a nuestro cortijo”.
La finca era de Dña. Espíritu Santo López, Sra. muy conocida de la Comunidad, y el encargado era de toda confianza de los amos. Yo bajé la cuesta para decir a las que subían, que ya teníamos albergue en un cortijo. Un militar bajó para ayudar a Madre Eusebia y acompañarnos a todas.
Durante la caminata, repentinamente unos seglares, que también iban huyendo, nos vieron y empezaron a gritar: “¡Fuera, fuera de aquí, que no las queremos!.
Esto va con nosotras, dije yo. Los gritos continuaban diciendo: ¡Matarlas, matarlas...!. Se oyó una voz que dijo: ¡Échense todos al suelo que nos apuntan...!
En efecto, se oyeron algunos disparos. La M. Eusebia se inclinó y dejó caer la cabeza en una piedra, mientras las demás, postradas en tierra, hacíamos actos de contrición.
Una de las Hermanas dice así en sus notas: “Estábamos ya varias en la cima del cerro y desde allí divisamos la falda del mismo, a nuestros perseguidores preparados para fusilarnos, y empezaron a descargar... Vimos a Sor Elisea en medio del camino, con algunas Hermanas ancianas que se tiraron al suelo para librarse de las balas. Entonces bajamos dos al encuentro de los que nos perseguían, sin temor de que nos mataran y acercándonos a ellos les preguntamos:
¿Qué pretenden Uds. de unas mujeres indefensas, y por añadidura Religiosas?
¡Matarlas!... contestaron secamente.
Pues, empiecen Uds., les dijimos sin acobardarnos. – Pero un joven que salió de entre ellos, se lo impidió, diciéndoles con energía:
¡Qué vais a hacer, canallas, dejadlas en paz que todos tenemos derecho a la vida.
Nosotras, al vernos tan perseguidas, estábamos bien resignadas a morir.
Por orden del Gobernador
Emprendimos nuevamente la bajada del cerro, donde estaba el camión que había llevado los Guardias de asalto, para conducirnos a la Ciudad. Como las pobres ancianas y la Hermana convaleciente, no podían caminar sin apoyo, los guardias se prestaron gustosos a ayudarlas.
Llegamos con mucho trabajo al camión y allí nos encontramos con un grupo de Rojos; pero como vieron que los guardias ayudaban a las Hermanas, no dijeron nada. En el momento de echar a andar el camión con las dieciocho monjas y los guardias, aquel grupo de hombres con los puños en alto, vitorearon a los de Asalto. Lo mismo hicieron otros grupos.
Regreso a la ciudad
Emprendimos la marcha, atravesando toda la ciudad. Todavía estaban ardiendo Iglesias y casas particulares. En medio de las calles se veían valiosos muebles hechos pedazos...
Llegamos al Convento de las “Puras”, y pasamos al patio donde están los locutorios, nos sentamos en unos bancos, al lado del torno. Los guardias no pudieron estar más atentos con nosotros. Nos llevaron café con leche, varios huevos y un saco de pan. Nos dieron todo lo que tenían, diciendo: “Hermanas, por lo menos que no les falte el pan”.
Entramos en la Iglesia, y aunque no estaba el Santísimo, nos sentimos confortadas y le dimos gracias porque nos había librado de tantos peligros. Después, acompañadas de algunos guardias, pasamos al Convento. En la cocina encontramos la cena que las monjitas habían dejado la noche anterior.
Sobre las tres de la tarde, se nos presentaron algunas Religiosas de las Puras, que enteradas de nuestra llegada a su Convento, se les quitó el miedo que tenían, y venían para unirse a nosotras. Entablamos vida de Comunidad, santamente unidas en el Señor. Ellas estaban contentas, pues como casi todas eran ancianas, nuestras Hermanas Coadjutoras desempeñaban las labores y les ayudaban en todo. Entre todas pasábamos de treinta.
Comunicamos nuestra llegada a las personas conocidas, entre ellas, a Dña. Carmen Higueras, que al poco rato fue a abrazarnos y llevarnos un obsequio; otras nos proporcionaron trajes de seglar y nos ayudaron con sus limosnas, para mantenernos las dos Comunidades.
Un accidente inesperado turbó presto nuestra tranquilidad, y puso fin al ejercicio de la vida común.
Tuvimos noticia de que el Ayuntamiento se había incautado del Convento y por lo tanto, era necesario salir de él y dispersarse... El mismo día, empezamos la ardua tarea de buscar familias que nos pudieran recibir en sus casas. Después de mucho andar y suplicar, algunas quedaron repartidas entre cinco familias, y las restantes fuimos a un piso alquilado.
Las llevaron a la cárcel
Retomamos de los “Historiales”, la relación que hace una de las Hermanas. Dice así:
“EL día 9 de Setiembre, estando yo alojada con una buena familia, a las seis de la tarde, se me ocurrió ir al piso que ocupaban mis Hermanas, que era un entresuelo. Llegué... y cuál no sería mi sorpresa al ver en la puerta un rótulo que decía: “Clausurada por orden gubernativo”.
¿Qué habrá pasado? – me decía- ¿Si estarán aquí?. Me decidí a llamar, pero como nadie respondía, salió una vecina y sin preámbulos me dijo:
“A las Hermanas las han llevado a la Comisaría”.
Me quedé mortal. Cuando llegué a la casa donde me hospedaba, observando la señora que volvía pronto, tuve que decirle lo sucedido. Aquella familia se llenó de temor, pensando que quizás los llevarían a ellos presos, por tener una Religiosa en su casa.
Pasaron la noche sin poder conciliar el sueño, a pesar de que yo les decía que al día siguiente me retiraría. Así lo hice. Me fui al piso que habían ocupado las Puras, y encontré allí a tres de las nuestras, que habían salido de las casas por el mismo motivo que yo.
Estábamos comentando el suceso y he aquí, que vemos parar un automóvil en la puerta de la casa; de pronto un fuerte golpe en ella nos puso en movimiento, era la Policía. Hicieron un buen registro, y después nos llevaron a la Comisaría a todas. El hecho de ser “Monjas”, era el motivo de la detención. Quedé edificada de la actitud pacífica de las dos religiosas de clausura. Una de ellas, que contaba 76 años, cuidaba de otra anciana de 99; eran dos santas.
A todas nos registraron, quitándonos cuanto llevábamos en los bolsillos... dedales, alfileteros, tijeras, libros de Oficio, los anillos de la Profesión, rosarios etc. ¡Qué pobres nos dejaron!... No teníamos con qué cambiarnos de ropa, ni qué echarnos a la boca. Pero estábamos contentas, por la ocasión que se nos ofrecía de padecer algo por Cristo. Era ya de noche, cuando nos llevaron a la cárcel, dónde estaban nuestras Hermanas y otras Religiosas; entre todas pasábamos de sesenta. Estábamos tranquilas y resignadas.
La M. Eusebia Segura, de 82 años, los dieciséis días que estuvo en la cárcel los pasó sentada en una silla, casi sin moverse y sin hablar. Las demás pasábamos las noches sentadas sobre cajones, o como se podía.
El día 12 de Setiembre, sábado y víspera de la festividad de Ntra. Sra. De la Salud, nos trasladaron a otra cárcel. Nos llevaron en autobuses por las calles más céntricas, y aquella pobre gente se deshacía en gritos contra nosotras: ¡Matarlas!... – decían unos- ¡Abrasarlas! – vociferaban otros -. Y sacaron el repertorio, que esos desgraciados siempre tienen a punto, mezclado con horribles blasfemias. ¡Pobrecitos!. A Dios perseguían, no a nosotras.
La nueva cárcel, no era sino un hermoso edificio que tenían en construcción los Hermanos de la Doctrina Cristiana. La planta baja la ocupábamos las mujeres y el piso alto los hombres. Las sesenta y dos Religiosas estábamos en una sala grande.
Aquellos hombres – continúa la Sierva – se propusieron martirizarnos, no tanto el cuerpo, cuanto el espíritu y el corazón, queriendo que pronunciásemos palabras contra la Religión Santa de Dios; querían que apostatásemos. Veámoslo con los hechos. En primer lugar sus modales bruscos y groseros, nos hacían terrible impresión.
El mismo día 12 a las 11: 30 h de la noche se presentó el Jefe de la prisión, con un grupo de Milicianos armados. Inmediatamente nos pusimos en pie a lo largo de la sala, como lo teníamos ordenado.
Vengo – dijo – a hacerles un examen: la que no diga la verdad, tenga la seguridad, que muere esta noche. Una por una os voy a interrogar.
Como estábamos alrededor de la sala, íbamos saliendo al centro, donde estaban ellos. La primera que se presentó fue una Hermanita de los Pobres.
Tu sabrás – le dijo él – quién disparó los tiros a la “Milicia leal”, desde las ventanas de vuestra casa; si fue el Capellán ya lo hemos matado... pero vosotras tenéis que decir la verdad, si no todas vais a morir esta noche.
Ella contestó muy serena:
De nuestra casa no salió ningún tiro.
La insultó cuanto quiso y la mandó ponerse a un lado de la sala para fusilarla...
Salió la segunda y le dijo:
Tú no me negarás que desde vuestra casa hicisteis un subterráneo hasta la Alcazaba.
Yo no sé nada de eso, ni si existe tal cosa.
Otra cantidad de disparates y la pusieron aparte para fusilarla.
La tercera fue nuestra Hermana Asistente, pues nos pusimos de acuerdo para que ella contestara por todas las Siervas. La pregunta fue:
¿Tú sabes quién disparó a la Milicia desde las Hermanitas de los Pobres el día del Movimiento?
Mal puedo yo contestar a esa pregunta, cuando la primera casa que quemaron fue la nuestra y todas tuvimos que huir por los montes.
Siguieron los mismos insultos; y aparte para fusilarla.
Acabada la declaración les dijo: “en término de una hora vuelvo a ver si están en la misma actitud. Esta noche moriréis todas”.A la hora prefijada se presentó el Jefe, haciéndonos las mismas preguntas, y como nos encontró a todas en la misma actitud, decidió matarnos.
Los Milicianos levantaron sus fusiles para la ejecución, pero el Jefe lleno de ira, dijo que no quería mancharse con sangre canalla... pero que en cambio caería sobre nosotras la de trece víctimas, entre ellas tres Sacerdotes, siendo uno, D. José Benavides, hermano de nuestra Hermana Sor Dulce Nombre Benavides. A las tres de la madrugada oímos un gran estrépito y no fue otra cosa que subían al piso alto, como hambrientos lobos para arrojarse sobre las inocentes víctimas, a las que vimos pasar con la tranquilidad de los justos.
D. José Benavides, se despidió de la Guardia de Carabineros diciendo: “¡Adiós muchachos, hasta la eternidad!.
Este fue nuestro amanecer en el día de Ntra. Sra. De la Salud.
En libertad
Varios días después, se susurraba en la prisión la próxima libertad de las Religiosas, lo que se hizo realidad el día 23 de Octubre. Salimos 31, entre ellas cuatro de las nuestras. Antes de ponernos en libertad, nos obligaban a dar los nombres de la familia en donde íbamos a hospedarnos y también a ir una sola con cada familia. El día 25 nos pusieron a todas en libertad.
Sor Elisea recorría las calles de Almería buscando asilo, cosa que no fue nada fácil pues solamente nos admitían para una noche. Pasaban los días y la vida se hacía imposible, ya que faltaban comestibles y lo poco que había era muy caro. A veces después de estar largas horas en las colas, no nos daban lo suficiente, o nada. Así no podíamos subsistir.
En esta situación, Sor Elisea se dirigió al Cónsul de Alemania para exponerle nuestro deseo de salir de Almería. Este le aconsejó visitar al Sr. Gobernador a fin de obtener del mismo un salvo – conducto indispensable para la salida; en su ausencia y mientras regresaba, Sor Elisea seguía su peregrinación de búsqueda de albergue para las Hermanas.
El Jefe de familia donde se hospedaba M. Eusebia, manifestó que no podía mantenerla por más tiempo en su casa; con este motivo Sor Elisea acudió a D. José Aringo, médico del Manicomio que presentó un escrito al Comité de presos, consiguiendo la licencia para que M. Eusebia con otra Hermana residieran en una pensión.
Otra fuente de penas para todas era la incomunicación con los Superiores, ignorando estos cuanto nos sucedía.
De nuevo Sor Elisea se personó al Sr. Gobernador para pedir la salida, sintiéndose fallida en sus esperanzas al comunicarle éste que había una orden que prohibía la salida de España.
Profesión Perpetua
Con motivo de la Profesión Perpetua, que en estas circunstancias tan dolorosas, tenía que hacer Sor Josefa Sixto, las Hermanas tuvieron la gran alegría de recibir una carta de la M. General, sirviéndoles de mucho consuelo. En ella le daba la autorización necesaria para emitir sus Votos Perpetuos.
La Hermana pudo alojarse unos días en la casa de la caritativa Sra. Dña. Carmen Góngora, a fin de prepararse para tan solemne acto. El día 10 de Diciembre empezó Sor Josefa su Triduo de preparación, pudiendo oír dos Misa diarias y dos pláticas. El día 13, recordando los tiempos de los primeros cristianos, se presentó la Hermana en la Capilla improvisada, para emitir sus Votos Perpetuos. La señora de la casa ocupó el lado derecho de la Hermana y Sor Elisea el izquierdo. La hija de esta señora se quedó en la puerta del cuarto para vigilar.
El P. José Rodríguez SJ. dio comienzo a la celebración de la Misa, ayudado por el P. Fernando López. Apenas empezó la celebración, varios canarios, como si se dieran cuenta del solemne acto, la armonizaron con sus cánticos. Sor Josefa animada de gran fervor pronunció sus Votos. ¡Qué consuelo y qué aliento no debieron recibir las dos Hermanas en tan dichosa hora!.
A las cinco de la tarde, y con motivo de estar deteniendo a las señoras de la Acción Católica, llegó la Policía a esta casa, llevándose en calidad de detenidas a Sor Elisea y a Sor Josefa. El día 21 fueron puestas en libertad, con la condición de tener que presentarse en la Comisaría todos los días, lo que ejecutaron por espacio de unos dos meses.
Como Sor Elisea no dejaba de la mano el asunto de la salida de Almería, para últimos de Marzo logró los pasaportes hasta Gibraltar para todas, en tres travesías, y hubiera salido enseguida la primera tanda si no se lo hubiera impedido, a lo que se cree un Policía.
Fallecimiento de dos Hermanas
El 24 de Marzo cayó en cama Sor Ana con una enfermedad grave. La noche del 9, pensaron que no llegaba al día siguiente; sin embargo amaneció con alguna mejoría que aprovechó Sor Elisea para buscar un sacerdote que le administrase los Santos Sacramentos.
Después de muchas dificultades, encontraron a un sacerdote que había sido puesto en libertad, el cual oyó en confesión a la Hermana y le administró el Sacramento.
El día 17, Sor Elisea con autorización del sacerdote, le llevó la Comunión que recibió como Viático, sirviéndole de gran fortaleza y alguna mejoría.
La enfermedad se alargó, hasta que a finales de Julio, se agravó, sufriendo fuertes dolores. El día 5 de Agosto, a las 4 h. de la tarde fallecía Sor Ana, e presencia de dos o tres Hermanas que no se separaron de su lado, confortándola con continuas oraciones y la Recomendación del alma.
Al día siguiente, estando presente Sor Elisea fue sepultada en el Panteón de la Comunidad. También la M. Eusebia a primeros de Mayo tuvo que guardar cama a consecuencia de una úlcera de estómago. Providencialmente el sacerdote que administró a Sor Ana los Santos Sacramentos, el día 23 visitó a Sor Elisea quien le manifestó su deseo de que atendiera en confesión a la Madre. Después de este acto, confortada y gozosa, exclamó: “Ya no me importa morir”.
El día 30 por la tarde, tuvo una Inter. Hemorragia y el médico la visitó, encontrándola en estada preagónico. Como no perdió el conocimiento, pasó la noche diciendo jaculatorias y al ser preguntada, si quería algo, respondía que “ir al Cielo”.
Después de recibir el Viático, sintiéndose acompañada por las Hermanas, entró en agonía, falleciendo al día siguiente. Amortajado su cuerpo con el Hábito, (fue la única que no se lo quitó), las Hermanas la velaron durante toda la noche. Su cadáver fue conducido al Cementerio y sepultado en el Panteón de la Comunidad.
Ultimas gestiones de salida
En el mes de Setiembre las Hermanas comenzaron a gestionar su salida para la España Nacional. Por iniciativa de D. Carlos Caleya, presentaron una nueva solicitud al Sr. Gobernador, para que tuviera la bondad de facilitarles a todas el viaje hasta Gibraltar; por fin les fue otorgada esta gracia y sin demora se embarcaron las primeras Hermanas, saliendo del puerto, el día 6 de Octubre; las segundas el 18 de Noviembre; el 26 del mismo las terceras; y por último el 9 de Diciembre las restantes.
Los cuatro grupos desembarcaron en Gibraltar, donde fueron objeto de delicadas atenciones. Descansaron aquella noche en Algeciras y a las 2h de la tarde salieron para Jerez de la Frontera, donde llegaron a las cinco de la tarde. El encuentro con las Madres y Hermanas de esta Comunidad fue inexplicable; todas lloraron de alegría y les parecía estar en otro mundo.
¡Con cuánta gratitud se presentaron al Señor por haberlas librado de las manos de aquellos impíos, y de los innumerables peligros por los que tuvieron que pasar!.
PROSIGUE LA HISTORIA
A raíz de la liberación de 1939, la Madre Provincial, Martirio Herrero, pudo comprobar por información de dos Consejeras Provinciales, que la casa se hallaba casi en ruinas; de la Iglesia solo existían las paredes, en la parte habitable había sido instalada una fábrica de harina.
La Madre Martirio encontró ambiente favorable para el regreso de las Hermanas a Almería, por lo que el día 29 de Julio de 1939 envió a cuatro Siervas. Se hospedaron en casa de Dña. Remedios Benavides, que les cedió el piso bajo de la casa, mientras conseguían otra de mayor capacidad. No tardaron en encontrarla en la C/ Gómez de Garbín, N º 23 y la tomaron en alquiler.
Tanto la M. General, Fernanda Iribarren, como la M. Provincial, proveyeron todo lo necesario para amueblar la casa. También las Autoridades Civiles y Eclesiásticas, como todo el pueblo almeriense, contribuyeron a su instalación.
Ya en 1944, una enferma que asistían las Hermanas, D ª Mariana del Moral Pérez de Perceval, donó la casa en la que ella vivía en la C/ Eduardo Pérez, N º 11, haciendo Escritura de compra – venta, a fin de que pasara a ser propiedad de la Siervas de María. El 16 de Mayo de 1949, efectuadas las reparaciones y adaptaciones oportunas, la Comunidad se trasladó a la casa.
La inauguración de la Capilla como tal, no tuvo lugar hasta el año 1954, debido al mal estado de la vivienda y lo mucho que costó su reconstrucción. El Sr. Obispo, D. Alfonso Ródenas García, cerciorado de que se ajustaba a las normas establecidas, procedió al acto de bendición el día 4 de Setiembre, coincidiendo con la Novena de la Virgen de la Salud.
ACTIVIDAD MINISTERIAL
Además de ejercer los ministerios en los Hospitales de Sangre, como ya se ha referido, las Hermanas en Almería, han desarrollado su misión, en gran parte, en la asistencia domiciliar; ahí es donde los almerienses se han beneficiado año tras año, del apostolado de las Siervas de María junto a los enfermos.
Sin embargo, por el año 1968, se ocuparon de dos “Clínicas” donde trabajaban de noche. El número de enfermos era reducido, doce en cada una, por lo que la asistencia se podía hacer muy personalizada, como es característico de la Congregación. De ahí, que el bien aportado fuera de gran provecho humano y espiritual.
CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN (1876 – 1976)
Cien años de andadura no se pueden celebrar de cualquier manera, máxime al tratarse de la primera casa fundada por M. Soledad en Andalucía. Había que celebrarlo con gestos de verdadera gratitud, en los que su recuerdo estuviera más que presente, gozándolo como ella sabía cuando se trataba de reconocer las “bondades del Señor”.
Así intentó festejarlo la Comunidad de Almería, recurriendo a los actos que mejor podrían encarnar estos sentimientos. Para las celebraciones litúrgicas, escogieron la Catedral. Fueron tres días en los que la Eucarística, no pudo revestir mayor devoción y solemnidad; la presencia de numerosos Sacerdotes, la participación masiva de fieles, eran testigos claros del aprecio y acogida que las Hermanas gozan en esta ciudad marítima. El último día, 11 de Octubre, presidió la ceremonia el Sr. Obispo, quien puso de manifiesto y con gran elocuencia, el valor evangélico del ministerio, tan antiguo y tan actual.
La parte musical, de la que se encargaron diferentes Comunidades Religiosas, juntamente con el Coro de la S. I. C. y un grupo de jóvenes, estuvieron a tono con el sentir de la celebración, y por supuesto, maravillosamente interpretados.
El Periódico de la localidad, publicó un artículo resaltando la labor benéfico sanitaria de las Siervas de María, a lo largo de esos cien años de presencia en Almería.
CASA DE NUEVA PLANTA EN CALLE EDUARDO PEREZ
Dado el estado casi ruinoso en que se encontraba la casa donde vivían las Hermanas, la M. Provincial, Prudencia Otaegui, dispuso el traslado de la Comunidad a otra en la C/ Real N º 43, lo que se efectuó el día 22 de Noviembre de 1976.
Las obras de restauración llevaron su tiempo, por lo que tuvieron que permanecer allí hasta finales de Abril de 1979, regresando con no poca alegría a la C/ Eduardo Pérez, N º 2.
La bendición de la casa y Capilla, tuvo lugar el día 2 de Mayo; en ella estuvieron presentes la M. General, Bernarda Ruiz de la Prada y su secretaria M. Cecilia Sarasa, además de la M. Provincial y una Hermana de las cuatro casas más próximas. Por la mañana en un acto privado, bendijo la casa D. Vicente Martínez, Canónigo de la Catedral, y por la tarde, fue la bendición de la Capilla concelebrada por cinco Sacerdotes y Presidida por D. Juan López, ferviente admirador de la obra de Santa M ª Soledad.
Cantó la Coral de Santa María del Mar de Almería. Acompañaron a las Hermanas numerosas Religiosas de otras Congregaciones, amigos y bienhechores de la Comunidad.
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